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jueves, 13 de marzo de 2008

parte 2:- una carta para Anabel

Srta. Anabel: … Y aún no se ponen de acuerdo la suerte y el tiempo! ¡Qué lejana esta usted! Le pido disculpas, como muchas veces, por entrometerme en su vida, derramando poesía bajo su puerta, quizá no deje de ser más que un espectador, si alguna vez la incomode de alguna manera, sepa disculparme, lo único que quise fue saber de usted. Esta es mi última carta, y, como toda despedida, está también cargada de angustia, suelo encariñarme con algunas cosas. Ojalá usted haya podido ver un poco más allá de la miradas y las palabras. Las noches seguirán siendo incompletas y, como tantas veces, es doloroso el aterrizaje después de volar tan alto. ¡Cómo cuesta vivir! Quizá lo tomé demasiado en serio. Agradezco su respeto y amabilidad, esas son pequeñas cosas que guardo y llevo conmigo a todas partes, también conservaré su mirada, su voz, sus manos blancas. ¿Alguna vez alguien le escribió un poema? En caso de ser el primero, se lo dejo en el tiempo. Intentar vivir como uno piensa se convierte en una tarea titánica en la cuidad, donde todo es aparente y carece de profundidad. Llevar a la práctica el “amor”, el simple acto de dar, parece aquí, similar a un intercambio de mercancías, viable sólo, si se obtiene algo a cambio y, por supuesto, con los intereses respectivos… Y así, en términos económicos, quedan establecidas las relaciones humanas, “relaciones de poder”… Y el hombre se olvida de que es humano; porque sólo vive para sobrevivir… Y todo los días son iguales: la rutina, el cansancio, el reloj, la soledad, la eterna “soledad de no estar solo”, y, como para no ser concientes, nos llenamos de ocupaciones varias. _ “Los escritores tenemos tanto que hacer, que no tenemos tiempo para darnos cuenta de que estamos solos”_ me dijo un colega en alguna ocasión. ¡Solos!. Todos estamos tan solos… ¡Qué enorme abismo separa dos personas! Superar la separatividad. La vergüenza de ser auto-concientes de la soledad. La búsqueda perpetua de la unidad en el devenir contínuo. El amor, lo único que nos hace sobrevivir. La locura, consecuencia de la falta de unidad entre lo hombres, sus mundos, y eso indefinible que llamamos realidad. Más de dos milenios tratando de construir un puente para cruzar el abismo. La elección. El miedo a caer ¿Qué habrá de aquella orilla? Fue un fin de semana afortunado; conservo su mirada del viernes, del sábado y también la del domingo. Aunque advertí que sus ojos no brillan como habitualmente, su sonrisa no ilumina tanto su rostro. Dicen que nuestro exterior refleja las aflicciones del alma, lo noto a diario en el espejo. Espero sea sólo algo transitorio, ningún dolor llega para quedarse. Espero, también, que mis cartas hayan sido útiles para usted como parcialmente lo fueron para mí, quizá no como lo pretendí primeramente. El efecto fue contrario, no logré descubrirla, fue como un espejo, sólo me devolvió una imagen desenfocada de mí. Sepa disculpar el pesimismo de esta carta, me sabe a una de tantas despedidas, mas sepa usted que, para ganar, hay que perder. Le dejo un último regalo, que sólo usted tendrá la libertad de aceptar. Si es de su interés, estas son las instrucciones para hallarlo: Busque en la penúltima página del tomo numero siete, de la Enciclopedia de Historia Universal del Arte en la biblioteca de la Universidad. Es un lugar seguro, a pocos les interesa la historia. ¡Hasta que se pongan de acuerdo la suerte y el tiempo!

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