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viernes, 15 de mayo de 2009

El encuentro

Nada sabia de ella. Pensé en continuar escribiendo, pero justo esa tarde, la suerte y el tiempo, conciliaron un pequeño acuerdo: Ese miércoles, caminaba apresurado por la calle Mendoza, sin saber a dónde me llevaba la prisa. Mi agitada respiración se normalizó ante la llegada del tren que me obligó a esperar al menos cinco minutos. Sin advertirlo, ese tren fue el designio causal que me detuvo ocasionalmente para que al voltear, la viera dirigirse hacia mí con paso lento y femineidad desbordante. Nos miramos y sonreímos al reconocernos. La sangré en mis venas parecía evaporarse. Caminamos juntos unas cuantas cuadras, bajo la sombra abundante de los árboles y la alfombra de hojas que tamizaba las veredas. Nos contamos algunas cosas sucedidas en el receso que nos alejó, como dos extraños pretendiendo dejar de serlo. Allí estábamos los dos, sin mundo, sin calles, sin ruidos. Ella intentó abrir sus labios lentamente como queriendo dejar escapar unas palabras, pero mis manos en las suyas, en un impulso inexplicable, silenciaron su decir e hipnotizaron sus ojos. Tomé su mano y la coloqué sobre mi pecho: _ Esperaba volver a verla señorita_ le dije casi susurrando. Su mano comenzó a temblar al sentir que mis latidos se aceleraban gradualmente. _ Nadie fijó sus ojos en mi por tanto tiempo_ dijo temblorosa mientras bajaba la mirada con timidez. _ Jamás había oído tan bellas palabras_ pensé en mi interior, mientras la distancia entre los dos se desvanecía en cada palpitar simultáneo de nuestros corazones. Me invadió una profunda sensación de tranquilidad, que sólo cuando niño presentía. Podía respirar su aliento y me llene de él, toqué su mejilla derecha en una caricia casi intangible y posé mi boca temblorosa en la miel de sus labios. Ella se calmó, como el rocío de la mañana que se deja besar por la luz... (continua)