Translate/Traducir

domingo, 16 de marzo de 2008

Novela: sobre la lucidez y el encuentro inesperado

Hace cinco semanas que no tengo noticias de Anabel. Su silencio es como un cuaderno de bitácora vació en mi mente. No consigo dejar de pensar idioteces, con cierta lucidez. La lucidez es un bien y una maldición, la lucidez es la elección irreversible, una vez que llega temprana o tardía, no hay vuelta atrás. El conocer la luz es imposible sin la oscuridad, ¿Qué seria del bien sin el mal? La lucidez, después de comer del árbol del conocimiento es mi mayor pecado y más grande acto de amor. …y ¿Por qué habría de compartir mi lucidez si ella prefiere la ignorancia? Podría tentarla con el fruto pero es suya la elección ¿Qué sentido tiene condenarla a ejercer el libre albedrío? ¿Por qué someterla a vivir eligiendo cuando es más fácil no darse cuenta? ¿Es amor o egoísmo besar su mejilla y mostrar mi perfil? ¿Cuántos eslabones separan la cadena de la lucidez a la locura? Quizá sea entonces, el preciso momento, en que el hombre, perdido en su laberinto, embriagado de nostalgia sin ver la salida, se lanza a escribir un libro para beberse las ganas. No lo sé, quizá, para alcanzar el cielo, el infierno sea el atajo más corto. Mis días en Villa Maria, luego de cuatro semanas en el sur, no fueron muy claros. El tiempo lejos me ayudó a meditar y serenarme. El inicio de las clases se postergó, como ya es común la falta de acuerdos entre instituciones, pero, como siempre, los más perjudicados éramos nosotros, no sólo por el derroche de tiempo y dinero que genera estar aquí, sino también, y sobre todo, porque los días se hacen más largos y no había vuelto a verla. Los rumores de la pérdida del año lectivo eran desoladores para los estudiantes y tres veces más devaluados para sus familias. Nada sabia de Anabel. Pensé en continuar escribiendo, pero justo esa tarde, la suerte y el tiempo, conciliaron un pequeño acuerdo: Ese miércoles, caminaba apresurado por la calle Mendoza, sin saber a dónde me llevaba la prisa. Mi agitada respiración se normalizó ante la llegada del tren que me obligó a esperar al menos cinco minutos. Sin advertirlo, ese tren fue el designio causal que me detuvo ocasionalmente para que al voltear, la viera dirigirse hacia mí con paso lento y femineidad desbordante. Nos miramos y sonreímos al reconocernos. La sangré en mis venas parecía evaporarse. Caminamos juntos unas cuantas cuadras, bajo la sombra abundante de los árboles y la alfombra de hojas que tamizaba las veredas. Nos contamos algunas cosas sucedidas en el receso que nos alejó, como dos extraños pretendiendo dejar de serlo. Allí estábamos los dos, sin mundo, sin calles, sin ruidos. Ella intentó abrir sus labios lentamente como queriendo dejar escapar unas palabras, pero mis manos en las suyas, en un impulso inexplicable, silenciaron su decir e hipnotizaron sus ojos. Tomé su mano y la coloqué sobre mi pecho: _ Esperaba volver a verla señorita_ le dije casi susurrando. Su mano comenzó a temblar al sentir que mis latidos se aceleraban gradualmente. _ Nadie fijó sus ojos en mi por tanto tiempo_ dijo temblorosa mientras bajaba la mirada con timidez. _ Jamás había oído tan bellas palabras_ pensé en mi interior, mientras la distancia entre los dos se desvanecía en cada palpitar simultáneo de nuestros corazones. Me invadió una profunda sensación de tranquilidad, que sólo cuando niño presentía. Podía respirar su aliento y me llene de él, toqué su mejilla derecha en una caricia casi intangible y posé mi boca temblorosa en la miel de sus labios. Ella se calmó, como el rocío de la mañana que se deja besar por la luz… nos alejamos despacio, sin decir nada, dialogando en las miradas, sabiendo que volveríamos a encontrarnos sin andar buscándonos. ¿Cuánto tiempo dura un beso? Cada vez que toque mi boca, será inevitable volver a sentir el sabor de sus labios en los míos, el aroma de los pétalos de su piel. Un beso circular, como la foto que guardamos en el cajón y que basta sólo volver a mirar, para volver revivir la sensación, para aliviar la nostalgia de estar tan vivo.