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sábado, 18 de enero de 2014

Bitácora 02

Esta es una extraña noche, el barco se mueve lento y va dejando su estela sobre el mar, desde esta cubierta la vista es increíble. No recuerdo ya que día es mucho menos la hora, deje todo tipo de comunicación en tierra, como si este viaje fuera un excusa para apartarme del mundo. Esta noche el universo es un inmenso lugar, desde su manto de estrellas el espectáculo de la galaxia parece brindar su mejor versión, el horizonte del mar no se ve en la oscuridad y no sé dónde termina el océano y empieza el cielo. Como si estuviéramos navegando por el espacio, parece, por momentos, que pudiera con mis manos tocar las estrellas. Este viaje fue un movimiento constante de emociones, como si en cada centímetro de navegación algo en mi interior manifestara sus misterios, la euforia, la sorpresa, la nostalgia y en esta noche en particular, una fría melancolía. La realidad cayo desprovista de ropas, y me descubrió en esta imagen, que una vez soñé vivir a su lado, solo. Pensar que este era nuestro viaje romántico, una especie de invento de mi alma enamorada por salvar lo poco que nos quedaba y que inevitablemente se perdía hace tiempo en sus ciegas miradas. Cecilia permanece conmigo, aunque su presencia sea sólo esta sensación de amarla de todas maneras. Esto no es siquiera dolor, muchos menos melancolía, no al menos la de antes, todo es nuevo, esta sensación de amar en soledad nunca antes la había sentido. Y como todo lo nuevo se hace muy difícil de explicar. Por momentos siento que mi corazón quiere desagotar ese desamor, de otra manera no podría explicar estas intensas lagrimas, que no son si quiera de dolor, que no son siquiera de duelo. El camino del amor tiene intrincados recorridos, pero todos inevitablemente llevan al mismo lugar, al encuentro, despojado y desnudo, de mi alma en sus más sinceras manifestaciones. Algo muy grande sucede por dentro, algo que eriza cada célula de mi cuerpo. Quisiera regalarle a ella esta noche, la noche más inmensa jamás contemplada por mis ojos, la noche en que de seguro la fuerza de mi amor en pensamiento tocara su oído una vez más. Que cerca de Dios, que cerca de mí, que lejos del mundo me encuentra la luna. Recorro la proa del barco, y mis charlas conmigo llegan a profundidades nuevas, como si ella pudiera escucharme, como si acaso abriera su alma y comprendiera lo valioso de lo que perdimos, lo inevitable de lo que ganamos. Quizá este momento es simplemente perfecto, sin su empañada presencia, sin su ausencia.