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lunes, 31 de marzo de 2008

Tercer prólogo al lector activo

(... ) se encontraba sentada en la estación Perú, esperando un subte que tardo en llegar. Miró hacia las escaleras, su rostro ya no era el mismo, o simplemente fue mi intuición. Ahí la vi. Vi como una brisa repentina le arrebato el pañuelo que sostenía débilmente entre sus dedos. Y fue ahí, al intentar levantarlo, (yo también me acerque para recogerlo) cuando sus ojos se clavaron del otro lado del andén, como si hubiera visto algo que no esperaba ver. Ahí se quedo, mirando fijo justo en frente. Yo recogí el pañuelo. Me cautivo su expresión y su congelamiento. El subte llego y le robo el momento. Yo la miré, ella reacciono pero sus ojos estaban como paralizados buscando la imagen que no pudo conservar. Subió las escaleras rápidamente, yo la seguí, ambos perdimos el subte, cruzo la Avenida de Mayo, la silueta roja del muñeco del otro lado de la calle prohibía el paso, pero ella cruzo, las bocinas y frenadas se hicieron sentir. Cruzo de todas formas y bajo del otro lado del andén. Parecía asustada. Me detuve a unos metros para recuperar el aliento; la vi girar sobre si misma en todas las direcciones como si no supiera dónde estaba. Volvió a subir de prisa y se escapó de mi vista. Me apresuré a seguirla pero cuando subí ya era tarde, la había perdido. Caminé unas cuadras, intentando seguir un rastro, la gente parecía salir de todas partes. Me senté en un banco vació de la plaza, miré el pañuelo entre mis manos. Levanté la vista, ahí estaba. Ambos vimos, aunque de diferentes perspectivas y puntos de vista, ese papel que un hombre arrojo, ella corrió tras el. Las palomas se espantaron. Levantó el papel del suelo. Allí la alcance y le devolví lo que se le había caído en la estación de subte. Me lo agradeció mientras miraba entre la gente que iba y venia, como buscando a aquel hombre. Le pregunté por el papel que había recogido del suelo. Era sólo otro boleto con versos en la parte posterior. Allí nos sentamos y me refirió algunas cosas de esta historia. Qué por qué la escribí, no lo sé, tal vez para imaginar que lo que ella vio ese día es un posible final o mejor aun, un nuevo comienzo. Quizá para sentirme, de alguna manera, parte de una historia. Tal vez para sugerir, sólo para sugerir. Todavía encuentro boletos escritos. Están por todas partes. Pero hay algo que, por las posibles consecuencias, da miedo contarle. Usted y sus conjeturas se aproximan y bifurcan por inmensos caminos racionales y hasta coherentes. Yo, en cambio, al escribir tendría que asumir mi culpabilidad en todo esto y eso, sí, justamente eso; es lo que vengo resistiéndome a escribir. Aun así ¿podré callarlo? ¿Cómo escaparme de mi y mis pensamientos? ¡Que más da! Ambos, usted y yo digo, sabemos que no todo tiene explicaciones lógicas y siempre existe ese “algo” incoherente, irracional, inconsciente, malditamente intuitivo que nos mueve y, a veces, nos gana, nos lleva donde la razón se resiste a ir y mientras más opone resistencia más nos lleva, más se apodera de nuestro ser. Después de esa mañana en la estación no pude dejar de pensar en ella. Fue por descubrirla, por saber lo que sus ojos ocultaban que emprendí la retrospectiva de todos estas personas y hechos fascinantes. En el camino coarté el deseo que crecía con los días. Pero quizá sea mejor, para mi conciencia al menos, contarles lo que sólo usted y yo sabremos (y con esto intento que sea cómplice en mi relato y entienda mis razones) Después de los más de quince meses que me tomo armar parte del rompecabezas, parecía estar todo como al principio. Me senté en un café con los escritos para intentar repasar un poco todo lo obtenido. La cuidad se hace pequeña en invierno. Al salir del café subí a un taxi dispuesto a volver a mi departamento. Pensamientos inconclusos invadieron mi mente. Se supone que no debería escribir lo que voy a contarles, pero ya no tiene caso. El silencio de mi habitación atrae al insomnio y quizá esta sea la manera de purgar algunos de mis fantasmas. Fui contratado por Alejandro para investigar la supuesta existencia del autor de ese cuaderno negro. Lo imprevisto fue que mientras mas conocí a Anabel (la Penélope que vi ese día en la estación de subte) a través de la visión y las palabras del extraño autor, más deseaba tenerla conmigo. Fue fácil reconstruir su pasado y vana la resistencia a sus ojos narcisos. Lo inesperado fue darme cuenta en la intimidad de que ella guardaba, como una pausa la vida, sus noches y su piel para ese extraño y lejano individuo. Sentí celos, irreprimibles celos. Cada respuesta encierra innumerables preguntas circulares. ¿Cómo cruzar el abismo? Desgraciadamente Buenos Aires se hace pequeña en invierno. Lo que fui llamado a encontrar, sin querer, lo hallé sobre calles empedradas, en una de mis ya rutinarias mañanas y para aumentar el desespero no cumplí con lo pactado. ¿Qué pasa cuando la vida se reduce tan solo a un recuerdo? .Cuándo ese recuerdo se apodera por completo de la mente, como si todos los momentos que vivimos se borrasen instantáneamente y solo quedara ese recuerdo, ese maldito recuerdo, nada mas que eso. Desde acá arriba el agua parece inmensamente profunda. Desde esta altura se simplifica la existencia a una sola decisión; a una sola elección. ¿Y que es real? He perdido, de apoco, a cuenta gotas de tiempo, la noción certera de lo real en lo fantástico, de lo irreal en lo cotidiano. Imágenes sonoras, historias ficticias parecidas a la vida, tan iguales a la vida que se confunden con la misma apunto tal de no saber, a ciencia cierta qué es lo que esta pasando. La vida se me escapa mientras fantaseo hacer lo que no hago. Mientras más me alejo pensando acercarme, mas me pierdo queriendo encontrarme. La tuve, se que la tuve. Como hubiera querido prolongar ese deseo y no desprender jamás mi boca de los caminos que invente en su piel. ¿Caminos? ¡Ingenuo! Caminos ya trazados. Parezco estar destinado a perder lo que deseo a manos de terceros. Otra vez. ¡Otra maldita vez! Yo vi. su cuerpo desnudo sobre la cama, sobre mi cama, sobre esa cama de cuna donde mi fantasía quedo; y sus huellas, superfluas, como todo el brillo de sus ojos, se quebraron en mis sabanas y se borraron de su mente, otra vez, como si nada hubiera pasado, otra vez me borro, igual que los besos de el, y tantas otros. Me borro de su boca. Y yo que pensaba que esta vez podría ser cierto! Idiota! Que vana es la búsqueda, que enredo miserable. Amarla como la amo no alcanza para que me elija, como tampoco le alcanzara a Alejandro, ni a ninguno que intente acercársele pretendiendo su suavidad. Que pecado tener esos ojos y no saber mirar! (... )